CAROLINA CAMBRILS/ Madrid
Vicky Cristina Barcelona es una comedia fácil, de digestión ligera y sin complicaciones intelectuales. Entretiene sin sorprender y agrada sin deslumbrar. Es como si Woody Allen hiciera películas de primera y de segunda. Los filmes de la primera categoría marcan un punto y parte, eclipsan a la crítica y embaucan a los espectadores. Son pura genialidad en forma de fotogramas. Las películas de segunda, son pasatiempos ajenos a la brillantez del director neoyorkino.
El filme desarrolla la historia de dos turistas norteamericanas, Vicky (Rebecca Hall) y Cristina (Scarlett Johansson) que llegan a Barcelona para pasar sus vacaciones de verano. Encandiladas por la comida, la lengua y una bellísima ciudad condal – ante la pantalla se muestra resplandeciente, soberana- las dos amigas pasan los días estivales de forma rutinaria e incluso tediosa. Hasta que Juan Antonio (Javier Bardem), un pintor catalán, alocado y tan bohemio como era de esperar, coincide con ellas y da un toque de color a sus vacaciones.
Es entonces cuando la película deviene una enrevesada historia de tríos amorosos. Las dos jóvenes parecen caer rendidas ante un Bardem que hace de seductor a lo español: muy bronceado, tosco, grosero, con un inglés macarrónico y susurrando en castellano cada dos por tres. Encantos que también parecen interesar a su ex-mujer, María Elena (Penélope Cruz). Una mujer temperamental, que roza la histeria, y que complica todavía más, si cabe, la extraña relación sentimental que mantienen los protagonistas.
El humor de Vicky Cirstina Barcelona no es, por consiguiente, el que uno espera encontrar en una película de Woody Allen. No hay ironía desagarradota ni comicidad inteligente. Pese a ello, resulta imprescindible ver la película en versión original para percatarse de algunos chistes sobresalientes que se consiguen a través los cambios repentinos de idioma.
Para dar muestra de lo dicho, aquí va el trailer del último metraje de Allen:
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